El riesgo derivado del uso de productos químicos en el entorno laboral es un hecho real. Las cifras nos pueden ayudar a hacernos una idea de la magnitud del problema: una de cada tres enfermedades profesionales se debe a la exposición a sustancias químicas peligrosas; esto significa que el riesgo de morir por exposición a una sustancia peligrosa es diez veces superior a hacerlo por accidente laboral.
Estas cifras deben de hacernos reflexionar al respecto y tomar cartas en el asunto, ya que los riesgos son evitables. La prevención es la clave y la herramienta para evaluar los riesgos y tomar las medidas adecuadas son las normativas.
Se trata de una responsabilidad compartida por todos los agentes que intervienen en este escenario y las empresas son uno de los principales focos, desde donde hay que trabajar para proteger la salud de las personas y el medioambiente. Pero ¿cómo puede ayudarnos la normativa?
¿Qué es el Sistema Globalmente Armonizado (SGA)?
El SGA proporciona un sistema homologado internacionalmente en la clasificación y etiquetado de productos químicos. Bajo este sistema, las sustancias y las mezclas químicas se clasifican según el peligro que puedan comportar para la salud y el medio ambiente. La forma de comunicarlos es mediante las etiquetas y las Hojas de Datos de Seguridad.
El SGA regula todos los productos químicos peligrosos, los cuales incluyen las sustancias, los productos, las mezclas, y las preparaciones, entre otros. El sistema incluye todo personal en contacto con estas sustancias, es decir, trabajadores, consumidores, trabajadores del transporte y responsables de atención en casos de emergencias.
La adopción del SGA comporta informar de los riesgos químicos a través de las fichas de datos de seguridad y de las etiquetas de sustancias y mezclas. Éstas serán nuestras aliadas.
Para ello, es importante que las organizaciones conozcan los peligros específicos de los productos químicos que utilizan o manipulan, así como que cuenten con protocolos de actuación para evitar los efectos adversos de los productos.
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Propósitos del Sistema Globalmente Armonizado (SGA)
En un mundo globalizado en el que el comercio se practica a nivel internacional, la armonización de la normativa debe cumplir los siguientes objetivos:
En primera instancia, asegurar la protección de los trabajadores y del medio ambiente.
Conseguir un sistema de comunicación de riesgos comprensible para todo el mundo.
Amparar a todos los países bajo un mismo marco jurídico.
Minimizar evaluaciones de productos químicos más allá de las necesarias.
Probar y aprobar los riesgos de los productos químicos a nivel internacional.
La clave: la prevención
Toda persona en contacto con productos químicos debe conocer la peligrosidad de éstos y los efectos negativos que pueden producir. Sólo mediante la integración del conocimiento se pueden evaluar los riesgos y reducirlos.
Los países son conscientes de ello y, por ejemplo en Europa, existen las directivas CEE 67/548 y 1999/45 sobre clasificación etiquetado y envasado de sustancias y mezclas, desde hace muchos años. Pero vivimos en un mundo globalizado, donde los productos hacen grandes recorridos y traspasan fronteras.
Desde hace tiempo, el sector pone de manifiesto la necesidad de una regulación internacional y, desde hace unos años, esto es una realidad.
Es lo que conocemos como Sistema Globalmente Armonizado (SGA), también conocido por sus siglas en inglés: GHS (Globally Harmonized System of Classification and Labelling of Chemicals), la culminación de más de dos décadas de trabajo.
Historia de Sistema Globalmente Armonizado (SGA)
Para entender de dónde parte la creación de un Sistema Globalmente Armonizado (SGA), debemos remontarnos a 1992, año en que tuvo lugar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo y Medio Ambiente (UNCED) en Brasil, surgida por iniciativa de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
La cita sirvió para poner en común los objetivos a cumplir para el desarrollo de un sistema global de armonización de criterios de clasificación y etiquetado, junto con fichas de datos de seguridad. Cada organización tomó una responsabilidad determinada:
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) se encargó de los instrumentos de comunicación de peligros.
La Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) desarrolló los criterios de clasificación de las sustancias y mezclas peligrosas para la salud y para el medio ambiente.
Expertos en el Transporte de Mercancías Peligrosas de las Naciones Unidas (UNSCETDG) establecieron los criterios de clasificación para peligros físicos.
El documento final fue aprobado en 2002 y en 2003 se publicó la primera versión. Un texto normativo debe concebirse como un organismo vivo que se adapte a las nuevas realidades, por esta razón se estableció una comisión de actualización y revisión continua.
Pero una normativa cobra sentido cuando se lleva al campo de batalla, allí donde ha de ser útil, por lo que la fase más importante es la de implementación. Aquí cabe explicar que la adopción del SGA por parte de los países no es algo obligatorio, la decisión queda en manos de cada país, por lo que todavía no podemos decir que nos movamos en un entorno en igualdad de condiciones.
En 2015 se publicó la 5º edición revisada del documento, que podéis hallar en la página web de las Naciones Unidas
Adaptaciones y obstáculos
Mediante las revisiones periódicas, se recogen las particularidades de las normativas de cada país y, a su vez, éstos incorporan las novedades del SGA. Para comprenderlo, nada mejor que un ejemplo. Resulta que SGA no alertaba sobre el peligro de ciertas sustancias para la capa de ozono, pero en el reglamento CLP (de aplicación en la UE) sí (en concreto, la frase EUH059).
En la revisión de 2011, SGA incorporó la frase H420 (“Causa daños a la salud pública y al medio ambiente al destruir el ozono en la atmósfera superior”); entonces, la UE la recogió en el Reglamento (UE) Nº 286/2011 (ATP 2 del CLP) y eliminó la frase EUH059.
Otra cuestión es la clasificación de sustancias, pues cada país tiene la suya y ponerse de acuerdo puede ser complejo. Por ejemplo, en la UE este aspecto está regulado por REACH, un reglamento muy exigente.
Una normativa con una clasificación de sustancias más restrictiva y mayores limitaciones de uso sitúa en desventaja la industria de ese país, ya que topará con más dificultades a la hora de encontrar sustitutos para algunas sustancias, especialmente sin que afecte a los costes, y para gestionar la seguridad de sus productos y residuos.
Por lo tanto, no disponer de unos criterios homogéneos por lo que respecta a la clasificación de sustancias afecta a la competitividad de las empresas. La armonización en esta materia se convierte en un camino lleno de obstáculos, ya que llegar a acuerdos entre todos los países puede influir sobre sus economías y, de entrada, nadie está dispuesto a ceder.
No obstante, como en todo en la vida, se trata de encontrar un punto en común en el que el balance acabe siendo positivo para todos.
La vida segura y fácil
En un entorno tan cambiante, debemos ser ágiles para adaptarnos a las normativas, por esta razón, las empresas deben ser conscientes de que gestionar toda la normativa requiere herramientas informáticas eficientes que faciliten la tarea y aseguren el estricto cumplimiento, ya que en nuestras manos está la salud de los usuarios y el medio ambiente.
eQgest es una herramienta de software muy eficiente y asequible para clasificar sustancias, etiquetar y generar fichas de seguridad, que asegura el cumplimiento de las normativas comunitarias e internacionales.
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